El Padrino, de Francis Ford Coppola

¿Quién no conoce “El Padrino”? Este último fin de semana he sucumbido a la tentación de dejarme atrapar por el sofá y visionar estas tres películas. Hacía tanto tiempo desde la última vez que apenas recordaba  los detalles de la historia.

Nueve horas de cine en las que presto atención al funcionamiento de una de las familias más importantes de la mafia italiana en el Nueva York de los años 40. Puedo observar como se refleja la importancia del sentido de pertenencia a la familia de origen. Queda bien plasmada la necesidad del ser humano de sentirse parte de un grupo.

Los hijos de Don Vito Corleone (Marlon Brando), tratan de ser fieles al legado familiar, incluso viendo como se tambalean sus propias identidades, intentan seguir sus normas adquiriendo una supuesta seguridad. Luchan por un objetivo común, ofrecen una lealtad absoluta y se construyen a sí mismos con aparente satisfacción, cuidando la familia, arriesgando su vida por ellos. Sienten el orgullo que les aporta valor para enfrentarse a un mundo de peligro, delincuencia y mucho sufrimiento.

Michael (Al Pacino) el menor de los hermanos, que al principio parece resistirse a participar en los negocios de su padre, encontrándose en un lugar aparentemente equivocado, termina entregándose en cuerpo y alma a la familia sin que el entorno lo espere, pero no a la familia que él mismo crea, sino a la familia de la que proviene, heredando el rol del patriarca.

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El inconsciente familiar, donde podemos encontrar pactos invisibles, aflora y hace que en ocasiones carguemos con mochilas pesadas de las que no sabemos desprendernos. Es importante reflexionar sobre tres pilares básicos de la identidad: qué me dan mis ancestros, qué esperan de mí y qué pongo yo.

Cuando somos leales a lo que no nos compete perdemos nuestro camino. Michael parece repetir la vida entera de su padre como si fuera una gran historia que se perpetúa. En ocasiones nos vemos obligados a hacer o dejar de hacer ciertas cosas por no ser desleales y evitar la culpabilidad que esto nos genera.

La trilogía hace pensar y nos invita a descubrir nuestras propias lealtades invisibles, a reflexionar sobre aquello que nos ata consiguiendo una dinámica familiar más transparente. Las deudas que contraemos con nuestras propias familias a veces nos dificultan tomar las riendas de nuestras vidas. Debemos situarnos en nuestro lugar, y hacer que se respete y respetar las particularidades y el destino de cada uno de los miembros, esto facilita que todos encontremos nuestro lugar y que nos beneficiemos de algo tan maravilloso como puede ser la familia.

Amparo MorilloAmparo_Morillo

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